14 de septiembre de 2010

Soberanía monetaria y restricción externa

Por Eduardo Luis Curia

Durante las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias realizadas por el Banco Central (BCRA), en nuestra exposición –y en el paper que se adjuntó: “El caso argentino: una experiencia instructiva de accionar anticrisis”– se aludió a la cuestión de la soberanía monetaria en el país.
Estamos diciendo en el frente considerado que, por de pronto, al dejar atrás el régimen de convertibilidad, el país asume y registra una soberanía monetaria plena en lo formal, pero que, en simultánea, en cuanto a su carácter concreto o efectivo (la soberanía monetaria) “se halla en construcción”.
La soberanía monetaria en nuestro caso. Lo aplicable a los EE.UU. en cuanto a la soberanía monetaria, se da con menores graduaciones en otros países. Algunos están más cerca; otros, más lejos. Cuando teníamos la convertibilidad, nos ubicábamos prácticamente en el piso de la pirámide. Carecíamos de soberanía monetaria, tanto en lo formal como en lo concreto. La moneda local dependía intrínsecamente de su atadura rígida –“relación técnica”– a una tercera moneda, asumida como “dura”. Por lo tanto, se trataba de una “moneda vicaria”, con rango “delegado”.
Luego, para el movimiento de la economía, se necesitaba una fórmula de provisión de esa moneda dura. De ahí la apelación sistemática al ingreso de capitales externos, en especial, al endeudamiento. El endeudamiento externo llegó a cubrir el déficit fiscal, pero, a la postre, sus servicios asociados in crescendo, retroalimentaron las presiones fiscales desequilibrantes.
La convertibilidad, pues, trasuntaba la ausencia de soberanía monetaria y, en principio, cancelaba, en consecuencia, la posibilidad de contar con una política monetaria “activa”. Y, a la vez, tanto la refundición del citado esquema en términos de la tercera moneda referencial como el método de apalancamiento sistemático en el endeudamiento externo para derramar en el circuito doméstico esa moneda –con su correlato del dólar nominal fijo y deprimido en lo real–, determinó una senda tortuosa que culminó en un trágico colapso.
La aparición del modelo competitivo productivo –MCP– tradujo como premisa básica la recuperación de la soberanía monetaria, por de pronto, en el plano formal. Caducó la relación técnica que refería, cual atadura rígida, la moneda local al dólar –la divisa por excelencia– como su constituyente intrínseco.
No obstante, interesa también, asumido lo anterior, examinar el grado de afirmación que detenta nuestra soberanía monetaria formal en el ámbito efectivo. Con el MCP nos alejamos de la base de la pirámide antes citada. Pero, siéndose sincero, téngase presente que ello no significa automáticamente avanzar en materia de una plenitud tal que nos coloque en los tramos de arriba de la pirámide en cuestión.
Justamente, opera una referencialidad a las divisas, que es de un orden muy diverso al que se vino comentando, pero que, en lo suyo, es clave. Y, por expresarlo de alguna manera, funge como un collateral o respaldo, indirecto pero insoslayable, para que se afirme efectivamente la soberanía monetaria formal.
En rigor, aquí se alude a los cruciales requerimientos en términos de divisas que enfrenta el país de cara a una estrategia de crecimiento acelerado sostenido. Por de pronto, sin mengua de la provisión local en estos rubros y de los esfuerzos sustitutivos pertinentes, necesitamos recurrir a equipos y partes, insumos generales y energéticos provenientes de afuera para dar calce al crecimiento acelerado. Precisamente, la sustitución de importaciones permite ahorrar divisas. Ahora bien: son las exportaciones las que generan divisas directamente, por la vía del comercio exterior.
Exportando y sustituyendo, se trata de superar de forma sistemática, actual y potencialmente, la restricción externa o de divisas en aras de asegurar un crecimiento acelerado, sostenible y sustentable.
Pero Marcelo Diamand enseñaba que no se trata simplemente de una mera cuestión de cantidad de divisas; por el contrario, era importante el recaudo de la calidad, del desde dónde y del para qué. Lo relevante son las divisas congruentes con una estructura productiva diversificada, que se proyecta en el plano de las exportaciones. Ésta es la nota de calidad del asunto, con un para qué claro: alentar las mayores chances posibles para la adecuada absorción productiva de la población. El “tener divisas” para una estructura poco compleja, con escasa capacidad para generar trabajo productivo, sirve poco.
El tema es identificar las divisas que provienen del canal comercial externo frente a las que derivan del canal financiero externo. No hay antinomias fulminantes, pero sí claras prioridades. Quienes creen que es indistinto uno u otro canal, se equivocan severamente. La superación auténtica de la restricción externa reclama ser coherentes en cuanto a la calidad, al para qué y al desde dónde en lo atinente al aporte de divisas.
Con una matriz macroeconómica de diseño robusto con el fin de dar respuesta a la restricción externa, siguiendo los recaudos recién mencionados, la soberanía monetaria, como componente de ella, puede ganar creciente efectividad. Se irían conciliando lo formal y lo efectivo. En los ’90, con endeudamiento externo militante, dólar nominal fijo y bajo en lo real, carecimos directamente de soberanía monetaria. Con una flotación cambiaria, apostando a una aún mayor apreciación cambiaria, y confiando en un revival del endeudamiento externo militante, se tiende a una soberanía monetaria “figurativa”, a espaldas de la posibilidad de una estrategia de crecimiento acelerado sustentable. Este punto es clave, y se deberá volver sobre él.