10 de septiembre de 2010

Del consenso de Washington al consenso desarrollista

Por Aldo Ferrer
En las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington, es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/2002.
En el nuevo escenario está surgiendo un nuevo consenso que tiene antecedentes en las políticas exitosas de las naciones emergentes de Asia y los cambios observables en la experiencia actual de América latina. Durante las jornadas, las exposiciones de la Presidenta de la Nación y de la presidenta del Banco Central fueron ilustrativas de los nuevos rumbos de la política económica y de la emergencia del nuevo consenso, fundado en el fortalecimiento de la soberanía y de la capacidad de nuestros países de decidir su propio destino en el orden mundial globalizado.

Sobre estas cuestiones, en mi ponencia en las jornadas destaqué los siguientes puntos:

• La macroeconomía. La experiencia desautoriza el supuesto neoliberal de que la desregulación y la apertura incondicional a los mercados de dinero aumentan los recursos disponibles y elevan las tasas de inversión y crecimiento. En países en los cuales predominan las exportaciones de productos primarios, en las épocas de mejora de sus términos de intercambio y entrada de capitales especulativos, se aprecia la moneda deteriorando la competitividad de las actividades de mayor contenido de valor agregado y tecnología, esencialmente las industrias dinámicas. Es el síndrome de la llamada “enfermedad holandesa”.
Sus consecuencias son fatales. Generan desequilibrios en los pagos internacionales y en las finanzas públicas, que son funcionales a la especulación porque aumentan la demanda de financiamiento externo. Las consecuencias se reflejan en la sustitución de ahorro interno por deuda y la baja de las tasas de inversión y crecimiento. El aumento acumulativo de la deuda externa y del peso de sus servicios en las finanzas públicas y el balance de pagos reduce la libertad de maniobra de la política económica y la subordina a los criterios de los mercados. Todas tendencias incompatibles con el desarrollo y los equilibrios macroeconómicos.
Estos acontecimientos sucedieron, en diverso grado, en países de América latina y, notoriamente, en la Argentina. Como respuesta han alumbrado reacciones tendientes a fortalecer la gobernabilidad macroeconómica, reducir la deuda y la demanda de financiamiento externo. De este modo, con combinaciones diversas en el despliegue de los instrumentos, predomina el objetivo de administrar con prudencia la oferta monetaria y la tasa de interés doméstica, consolidar la solvencia fiscal, fortalecer los pagos internacionales vía el comercio exterior y aumentar las reservas de los bancos centrales. En este escenario, la política cambiaria sigue siendo un tema controvertido, como se observa, por ejemplo, en la Argentina y Brasil. No lo es en los países emergentes exitosos de Asia, en los cuales los tipos de cambio competitivos forman parte de estrategias amplias de transformación estructural y desarrollo.
De todos modos, la capacidad de respuesta de la mayor parte de América latina frente a las actuales turbulencias de los mercados financieros, a diferencia de la vulnerabilidad prevaleciente en circunstancias del pasado, revela un cambio de orientación de las políticas nacionales hacia la reducción del endeudamiento, la movilización del ahorro interno y el fortalecimiento de la gobernabilidad de la economía. Son orientaciones más sólidas y consistentes frente a la globalización financiera, que las promovidas por el pensamiento céntrico y el canon neoliberal.
• La división internacional del trabajo. La inserción en el mercado mundial como país proveedor de productos primarios e importador de manufacturas y capitales, reproduce la estructura del subdesarrollo y la condición periférica. Ese estilo de vinculación con la división internacional del trabajo y la aceptación pasiva de las tendencias de la globalización son incompatibles con el desarrollo.
De maneras diversas, simultáneamente con el auge de las exportaciones de productos primarios vinculado a la expansión de los mercados de Asia, se ha fortalecido, en la mayor parte de América latina, el objetivo de la industrialización. Es la respuesta acertada a las oportunidades y desafíos de la globalización. En efecto: la gestión del progreso técnico y el aumento del empleo y la productividad están asociados a una estructura productiva diversificada y compleja.
Esto es indispensable para erradicar la condición periférica en el mercado mundial y establecer una relación simétrica, asentada en las exportaciones de bienes primarios industrializados y manufacturas de mayor contenido de valor agregado y densidad tecnológica. Estas transformaciones fueron propuestas fundacionales del estructuralismo latinoamericano, ratificadas por las tendencias contemporáneas de la globalización y las exitosas experiencias de las naciones emergentes de Asia fundadas, precisamente, en esa estrategia de desarrollo y transformación.
Inversiones privadas directas. Sumado a la matriz primaria exportadora y la desregulación de los mercados reales y financieros, el canon neoliberal aconseja la liberación incondicional de la entrada de inversiones privadas directas y el abandono del intento de promover el desarrollo de empresas nacionales. Es el paso adicional necesario para convertir una economía nacional en un segmento del mercado mundial, sujeto a las fuerzas incontroladas de la globalización. Esto implica renunciar a incorporar liderazgos empresarios locales en el proceso de acumulación en sentido amplio y políticas públicas para endogenizar el cambio tecnológico.
Las inversiones privadas directas cumplen dos roles importantes: facilitar el acceso al mercado mundial e incorporar tecnología. Son aportes para enriquecer el tejido productivo y ampliar y diversificar las relaciones con el mercado mundial. Para tales fines es necesario un adecuado encuadre regulatorio. Por el contrario, en el marco de la desregulación indiscriminada y el abandono de políticas públicas de transformación, el predominio de filiales de corporaciones transnacionales desarticula la economía nacional, la somete a las señales, frecuentemente caóticas, de la globalización e impide los procesos amplios de acumulación, que siempre tienen esencialmente lugar en torno de las fuerzas endógenas del desarrollo. Ésta, a diferencia de lo acontecido en las economías emergentes de Asia, es la experiencia predominante en América latina.
En estas materias, la respuesta adecuada a los desafíos y oportunidades de la globalización consiste en abrir espacios a la incorporación de inversiones privadas directas en el marco de estrategias nacionales de transformación productiva y movilización de los recursos propios. Es necesaria una complementación virtuosa de la inversión extranjera con la presencia decisiva de las empresas locales y las políticas públicas para retener la orientación del cambio técnico, impulsar la transformación de la estructura productiva y construir una relación simétrica no subordinada con el resto del mundo.
El Estado. En resumen, observar la globalización desde el canon neoliberal, es decir, desde el pensamiento céntrico, produce malas respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización. Las buenas respuestas consisten en movilizar el ahorro y los recursos propios, consolidar los equilibrios macroeconómicos y la gobernabilidad de las economías nacionales e impulsar el cambio técnico y la transformación productiva. Éstas son condiciones necesarias para la inclusión social y el reparto equitativo de los frutos del desarrollo. En América latina, las buenas respuestas a la globalización incluyen los procesos de integración de las economías nacionales. La integración abre nuevos espacios para el despliegue de los recursos disponibles y fortalece la posición negociadora conjunta de nuestros países en los foros internacionales.
Para tales fines, es indispensable la presencia de un Estado capaz de ejecutar las políticas públicas necesarias y promover la capacidad creativa de la iniciativa privada y el talento propios. ¿Es, en efecto, posible dar ese tipo de respuesta a los desafíos y oportunidades de la globalización?
Desde la perspectiva del canon neoliberal, y aun de un progresismo resignado observable en nuestros países, las fuerzas de la globalización son tan abrumadoras que han dejado de ser viables los proyectos nacionales de desarrollo. Sólo sería posible, en la actualidad, buscar nichos del mercado en donde acomodarse y esperar que los impulsos externos promuevan el desarrollo. Esta postura reproduce el subdesarrollo y la condición periférica.
Cuando los países cuentan con suficiente densidad nacional, la experiencia histórica demuestra la viabilidad del desarrollo nacional en un orden global. La densidad nacional incluye la cohesión social, la existencia de liderazgos impulsores del desarrollo endógeno, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico. En definitiva, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la fortaleza de su densidad nacional. En tales condiciones es posible, no transformar el mundo, pero sí cambiar cómo se está en ese mundo.