23 de abril de 2010

Relevancia actual del pensamiento de Raúl Prebisch

Por Aldo Ferrer

Periódicamente, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas organiza, en su sede de Santiago de Chile, conferencias en homenaje de Raúl Prebisch. Este año tiene lugar la Novena Conferencia Prebisch y he sido invitado a pronunciarla. En esta nota comparto con los lectores de Buenos Aires Económico algunas de las ideas de mi presentación.

En su análisis de los problemas del desarrollo de América latina, Raúl Prebisch siempre vinculó las condiciones internas de los países de la región con su contexto internacional y la inestabilidad de corto plazo con la vulnerabilidad estructural en el largo. Su preocupación central fue cómo fortalecer nuestra capacidad de respuesta frente a los desafíos y oportunidades del orden mundial que, actualmente, denominamos globalización. De esa aproximación a la realidad, surgieron sus aportes sobre el modelo centro-periferia, los términos de intercambio, la industrialización, la integración regional, la distribución del ingreso y las políticas públicas convenientes.

Los problemas “históricos” de la globalización se entrecruzan ahora con la gran crisis financiera y sus repercusiones en la economía real. La crisis ha desencadenado transformaciones en el sistema mundial que modifican algunos de sus comportamientos. Subsisten, sin embargo, rasgos esenciales de la globalización y sus relaciones con el desarrollo de las economías nacionales. Entre los cambios provocados por la crisis se destacan los siguientes:

El Estado. Se están ampliando las áreas de actuación de las políticas públicas, no sólo en la regulación del sistema financiero sino, también, en la de los mercados, la distribución del ingreso y la demanda agregada. El enfoque keynesiano, destinado a sostener la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado.

Las ideas. La crisis provocó la pérdida de influencia del canon neoliberal y el surgimiento de nuevas versiones del paradigma keynesiano en las mayores economías industriales. Esto incluye el debilitamiento de lo que Prebisch llamó el “pensamiento céntrico” y su gravitación en los países en la periferia del sistema. Aparece así un “vacío teórico”, en el cual la racionalidad de los centros dominantes pierde bases de sustentación teórica y, consecuentemente, debilita su influencia hegemónica sobre las ideas y las políticas económicas del resto del mundo.

Es una situación, en alguna medida, comparable a la del vacío teórico producido en la crisis del ’30, que dio lugar a las reflexiones de Prebisch y a la posterior formación del enfoque estructuralista latinoamericano. La estrategia neoliberal ha perdido respetabilidad teórica, en tanto, las propuestas del estructuralismo latinoamericano, han revelado su viabilidad en el contexto de la experiencia de las naciones emergentes de la Cuenca Asia-Pacífico. Es, por lo tanto, impostergable –como propuso Prebisch– observar el mundo desde nuestras perspectivas y construir visiones y políticas para sustentar el desarrollo con equidad dentro del orden global. De todos modos, conviene no hacerse ilusiones. Al interior de nuestros mismos países, sucede, como ocurre en el caso argentino, que la ideología neoliberal está arraigada en influyentes sectores de intereses y opinión aunque su aplicación haya sido inconveniente.

La crisis mundial no ha modificado los comportamientos fundamentales del desarrollo económico y la globalización. El desarrollo continúa descansando en la capacidad de cada país de gestionar el conocimiento, es decir, de participar en la creación y difusión de conocimientos y tecnologías y de incorporarlos en el conjunto de su actividad económica y relaciones sociales. El desarrollo económico sigue siendo un proceso de transformación de la economía y la sociedad fundado en la acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización de recursos, educación y capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales la sociedad transa sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio propio de cada país.

El desarrollo implica la organización y la integración de la creatividad y de los recursos de cada país para poner en marcha los procesos de acumulación en sentido amplio. El proceso es indelegable en factores exógenos, los cuales, librados a su propia dinámica, sólo pueden desarticular un espacio nacional y estructurarlo en torno de centros de decisión extranacionales y, por lo tanto, frustrar los procesos de acumulación, es decir, el desarrollo. Un país puede crecer, aumentar la producción, el empleo y la productividad de los factores, impulsado por agentes exógenos, como sucedió con la Argentina en la etapa de la economía primaria exportadora. Pero puede crecer sin desarrollo, es decir, sin crear una organización de la economía y la sociedad capaz de movilizar los procesos de acumulación inherentes al desarrollo o, dicho de otro modo, sin incorporar los conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en el conjunto de su actividad económica y social.

La globalización pone a prueba la densidad nacional de los países. Entre sus condiciones constitutivas figuran la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional, la estabilidad institucional y política de largo plazo, la vigencia de un pensamiento crítico no subordinado a los criterios de los centros hegemónicos del orden mundial y, consecuentemente, políticas económicas generadoras de oportunidades para amplios sectores sociales, protectoras de los intereses nacionales y capaces de arbitrar los conflictos distributivos para asegurar los equilibrios macroeconómicos

En la actualidad se acrecentó la intensidad de las fuerzas globalizadoras y fortalecieron las reglas del juego diseñadas por los países centrales. Pero, al mismo tiempo, se multiplicaron las oportunidades y la apertura de nuevos espacios para el desarrollo económico de los países rezagados. La calidad de las respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización resulta así más decisiva aún que en el pasado para determinar el éxito o el fracaso. Tales respuestas siguen dependiendo, en primer lugar, de la fortaleza de la densidad nacional de cada país.

El orden global proporciona un marco de referencia para el desarrollo de cada país. Pero la forma de inserción en su contexto externo depende, en primer lugar, de factores endógenos, propios de la realidad interna del mismo país. En el transcurso de los últimos doscientos años, las asimetrías crecientes en el desarrollo económico de los países resultan del ejercicio del poder por las potencias dominantes pero, en última instancia, dependen de la aptitud de cada sociedad para participar en las transformaciones desencadenadas por el avance de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas. En este último sentido puede decirse que cada país tiene la globalización que se merece.La actual crisis mundial y los cambios previsibles no modifican este comportamiento fundamental del sistema global.

¿Qué enseñanzas dejan los acontecimientos actuales a países en desarrollo, incluyendo los nuestros de América latina? En resumen, nada nuevo. Concluir que, para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y los pagos internacionales. Cabe observar cuánta injusticia hubo en la crítica neoliberal al estructuralismo, en el sentido de que promovió políticas que generaron desequilibrios macroeconómicos e inflación. En particular Prebisch, en el marco de sus propuestas de cambio estructural, siempre enfatizó la importancia decisiva de la estabilidad macroeconómica. Cuando la realidad, en algunos de nuestros países, se desvió hacia el desequilibrio y la inflación, no fue por la propuesta sino por el desacierto en las políticas fiscales, monetarias y de pagos internacionales.

En resumen, los cambios actuales en el orden mundial no cambian la naturaleza del de­sarrollo económico que sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible. Los acontecimientos actuales vuelven a demostrar el papel fundamental de la densidad nacional de los países para vivir con lo suyo, abiertos al mundo, en el comando de su propio destino.

Así como Keynes vuelve al Norte, aquí, en el Sur latinoamericano, vuelven Raúl Prebisch, Celso Furtado y los otros fundadores del estructuralismo vernáculo como referencia esencial para enfrentar, con éxito, los desafíos que plantea la emergencia de un nuevo orden mundial a partir de la resolución de la extraordinaria crisis de fines de la primera década del siglo XXI.