11 de julio de 2010

El 82 por ciento

Por José Natanson

No siempre hubo Estado. En el pasado, cuando las sociedades todavía no habían construido sus sistemas previsionales, la supervivencia de quienes se veían obligados a retirarse de la actividad laboral se garantizaba a través de arreglos intergeneracionales: la generación activa (padre e hijos mayores) se encargaba de garantizar el consumo básico de las generaciones no activas (hijos menores y abuelos).
Estos pactos no escritos daban lugar a los clásicos esquemas de convivencia pre familia nuclear burguesa, con más de dos generaciones compartiendo un mismo hogar, esas típicas familias retratadas por ejemplo en la literatura inglesa del siglo XIX: abuelos, padres, hijos, parientes pobres adoptados, algún primo y esas hermanas jóvenes y hermosas corriendo por praderas verde radiante, todos viviendo en la misma mansión enorme y húmeda.
Si se mira con atención, es fácil comprobar que este tipo de diseño familiar todavía subsiste en las economías más atrasadas (en algunas zonas de Africa, por ejemplo), e incluso en los hogares de menores ingresos en los países en vías de desarrollo, donde el Estado está tan ausente como en la Inglaterra victoriana.
Más tarde, con la expansión de la economía industrial y el ascenso de la sociedad de masas, fueron surgiendo diferentes asociaciones voluntarias –-asociaciones de autoayuda, grupos de socorros, mutuales– orientadas a cubrir los riesgos del ciclo vital. Y luego el Estado. Entre fines del siglo XIX (en los países más modernos de Europa) y principios/mediados del siglo XX (en el resto del mundo occidental), el sector público fue asumiendo una creciente responsabilidad como protector social. El primer hito en el nacimiento de lo que luego se conocería como “sistema de seguridad social” fue el famoso discurso del canciller de hierro, Otto von Bismarck, en 1883 en el Reichstag, donde anunció una serie de leyes –seguro contra enfermedades, accidentes y vejez– que dieron origen al primer Estado de bienestar del mundo, cuyo objetivo obvio era asegurarse el apoyo de la creciente clase obrera y cuyo fondo implícito era el rechazo filosófico alemán al individualismo utilitarista británico de Adam Smith.

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