1 de julio de 2010

Argentinos, los más preparados para entender la crisis europea

La Unión Europea avanzó hace un poco más de 10 años en establecer una moneda única pero los países que la integran no definieron una política económica común y, mucho más importante, se unificaron bajo esa moneda economías con estructuras productivas muy disímiles. Así resultó que uno de los países con mayor peso a nivel mundial de sectores de alta tecnología, Alemania, tuviera el mismo tipo de cambio nominal que uno con una estructura basada en sectores de baja tecnología, Grecia.

Durante la presente década el euro se revaluó, lo que refleja entre otras cosas la productividad de la economía alemana. Con un tipo de cambio revaluado, ninguna empresa de mediana o alta tecnología podía ser competitiva en Grecia, que quedó relegada a invertir en actividades de baja productividad y pasó a tener la “moneda más poderosa del planeta” al mismo tiempo que condenaba su economía real a la trampa del subdesarrollo.

En la década pasada, los ’90, la Argentina se alineó automáticamente a los EE.UU., abrió su economía unilateralmente y adoptó una moneda “atada al dólar”. En ese mismo período, EE.UU. experimentó un salto en sus potencialidades científicas tecnológicas que, sumado a otros factores, generó expectativas de aumentos en la productividad superiores a los de los restantes países del mundo, haciendo que su moneda se fortaleciese respecto de las demás. EE.UU. tenía la moneda más fuerte porque se esperaba que, una vez relanzado el capitalismo hacia una nueva onda larga de acumulación, fuera la economía más poderosa del planeta.

También la Argentina pasó a tener la moneda más poderosa pero no tenía la economía más productiva ni generaba ninguna expectativa de salto en su potencial científico y tecnológico. ¿Cómo logró el gobierno liberal de Carlos Menem-Cavallo convencer al mundo que su moneda era sustentable? Porque logró convencer a los capitales internacionales de que las políticas de privatización y desregulación generarían tasas de crecimiento permanentes de la productividad. Equivocación propia de la teoría económica dominante, que confunde lo transitorio con lo permanente. Para ello empeñó su futuro, entregando como pago adelantado las empresas públicas por sólo u$s30.000 M y generando un endeudamiento externo por u$s80.000 M. (con la ayuda de los economistas mediáticos convencimos a propios y ajenos de que estábamos en el Primer Mundo, que ya habíamos llegado, pero cuando dejaron de prestarle, Argentina volvió a la realidad).

Estados Unidos puede seguir manteniendo su valor del dólar, tiene una enorme variedad de instrumentos para seguir viviendo de promesas de saltos de productividad; entre ellos, que su reemplazo como potencia hegemónica está vacante (y lo seguirá estando por mucho tiempo). Grecia, Portugal, España, tienen la moneda más poderosa porque se endeudaron, situación que se ha amplificado por la especulación financiera que la empeora de modo exponencial: el euro se revaluó de u$s0,8 a u$s1,6 hacia finales de 2008, en parte por el avance alemán y en parte por la burbuja especulativa.

La fiesta terminó. La crisis en los países del sur de Europa quizás no llegue a ser tan trágica como en la Argentina del 2002 porque estos países están en Europa, y Alemania ha decidido hace unas décadas que su mercado interno es el europeo y no querrá que se destruya y, mucho más importante, porque son los bancos alemanes los principales financistas de la “fiesta”. Pero, como los argentinos sabemos, las “fiestas” las disfrutan más unos que otros pero las “cuentas” las terminan pagando más “otros” que “unos”. Así, Alemania (y los otros países poderosos y el FMI) financiará a los países endeudados pero sólo para pagarle a los acreedores, que son sus bancos. En el ínterin, el Banco Central Europeo y el FMI descargarán sus tradicionales baterías de recomendaciones de ajuste sobre el “estado de bienestar” de Grecia, España, Irlanda, Italia y Portugal.

Para lo que todavía no estamos preparados los argentinos es para aceptar definitivamente que el camino al desarrollo es más complejo y va en una dirección distinta al elegido en los ’90. Basta mirar la experiencia internacional de los últimos 200 años: durante la hegemonía inglesa, sólo un grupo de países logró avanzar y converger con el líder, mientras que aumentaba la brecha sobre el resto de los países del mundo. Después 1945, el país líder pasó a ser EE.UU. y sólo un puñado de países ha logrado acercársele, mientras que nuevamente la brecha aumentó sobre el resto. ¿Qué hicieron esos países que lograron achicar la brecha con el líder? Un capitalismo autocentrado, que modificó su estructura productiva hacia sectores de media y alta tecnología, apoyados en la expansión del mercado interno regional, sin generar déficits comerciales.

Una estrategia de este tipo requiere una apertura comercial selectiva, que apele al capital extranjero sólo de modo complementario, que se organice sobre la base de ideas económicas propias, con protección a la industria, y sin utilización de la paridad cambiaria como política antiinflacionaria (enfoque monetario de la Balanza de Pagos aplicado en la Argentina en 1976-83 y en 1991-2001). Se trata de desarrollar ventajas competitivas dinámicas basados en fortalecer la base científica-tecnológica y al mismo tiempo adoptar, adaptar, desarrollar y difundir las tecnologías de punta generando un proceso interno de apropiación del avance tecnológico y educando a la población.

Que hoy sigamos discutiendo el modelo es síntoma de nuestro colonialismo mental, y lo más grave es que el pasado está a la vuelta de la esquina.

Tampoco estamos preparados para un modelo que requiera cada vez más trabajadores calificados, el prestigioso sistema educativo argentino ha sido degradado a niveles increíbles. (ver Entrelíneas, N° 25. Edición Especial Educación, en www.ciepyc.unlp.edu.ar )

El desafío actual pasa por recuperar un sistema educativo orientado a la generación de conocimientos y capacidades productivas. Para ello, se requieren muchos años de políticas educativas consistentes y de políticas económicas y sociales que vayan generando una estructura capaz de absorber graduados de alta calidad, para revertir las tendencias desintegradoras que se arrastran de tantos años de exportación de premios Nobel e ingenieros, desempleo e importación de productos intensivos en ciencia y tecnología.