21 de diciembre de 2009

¿Tropezar otra vez con la misma piedra?

http://www.elargentino.com/nota-70568-Tropezar-otra-vez-con-la-misma-piedra.html


La experiencia histórica demuestra que ningún país desarrollado se consolidó adoptando una especialización en recursos naturales sino que todos atravesaron la industrialización.

Todas las experiencias de desarrollo se hicieron sobre la base de un proceso autocentrado de acumulación. Las políticas implementadas de estas experiencias resultaron de un pensamiento atento a la historia y a la estructura socioproductiva propia y con una clara visión respecto de hacia dónde iba el mundo. Las ideas sobre las cuales se asientan las políticas necesarias para transitar el camino del desarrollo no se pueden importar.

Definir un modelo de desarrollo implica resolver la siguiente disyuntiva: o se insiste con la inserción en el mundo a través de un producto insignia cuyo progreso técnico es mayoritariamente exógeno, y sus encadenamientos en la estructura productiva nacional limitados, y que no resuelve la inclusión social de 40 millones de personas, o, como segunda alternativa, se apuesta al aprovechamiento de las ventajas comparativas en productos agrícolas redireccionando el excedente hacia actividades industriales, la investigación científica, el cambio tecnológico y la educación para insertarse en el mundo con productos que utilicen tecnología propia y que aseguren la inclusión de toda la población.



SOJA. ¿Desde cuándo y por qué producimos soja? Desde mediados de la década de 1970 y como respuesta a que la Unión Europea decidió fijar el arancel a la importación de soja en 0 por ciento. Dicho de otra manera, desde que Europa decidió utilizar su tierra para producir otros bienes. El apoyo subsecuente del sector público a la instalación de plantas “llave en mano” para la trituración, sumado a décadas de esfuerzo del INTA para la difusión de procesos agrícolas y variedades locales, sentaron las bases para la rápida adopción de biotecnologías importadas. Luego se agregaron China e India, que también demandan esta oleaginosa, que transforman en sus propias plantas de trituración en alimento balanceado para producir proteína animal (pollos, cerdos). La Argentina ve así erosionarse las ventajas competitivas de un moderno complejo agroindustrial, del cual no controla la tecnología y que por lo tanto no puede reproducir en forma ampliada. La Argentina debe su modalidad de inserción en la división internacional del trabajo a procesos que le son ajenos y difícilmente reproducibles.

En otros términos, la asignación de prácticamente la mitad del área cultivable de nuestro país a producir soja no fue una decisión propia y su dinamismo se limita a un shock transitorio que la Argentina ni siquiera controla. Nuevamente, ¿nuestro “producto insignia” será uno que vale u$s380 la tonelada o, en cambio, por citar un contraejemplo posible, vacunas a un valor de u$s100.000 por tonelada? Cuesta creer, pero parece que la Argentina se parece al hombre, y puede tropezar con la misma piedra otra vez.

Durante la etapa del modelo agroexportador (1860-1930), la Argentina estuvo inserta en la división internacional del trabajo. El mundo (Inglaterra) demandaba algo que nosotros podíamos producir (carne y cereales). El excedente de esa etapa se utilizó mayoritariamente en acumulación improductiva (consumo suntuario de los grandes propietarios de tierras) y poco en financiar el proyecto ideado por Sarmiento y Alberdi. La prosperidad se confundía con una modernidad de escaparate. El broche de oro demostrativo de la concepción dominante se produjo a raíz de la crisis internacional de 1929 cuando la situación cambió y la Argentina se embarcó en un tratado con Inglaterra (tratado Roca-Runciman) en el cual resignaba un sinnúmero de cuestiones internas al capital inglés con tal de que este país siguiera comprando carne (el tratado sólo contemplaba los intereses de una fracción de la clase dominante).

En estos últimos años, la industria (favorecida por una protección generalizada vía un tipo de cambio competitivo) fue el sector más dinámico, el mercado interno funcionó como motor del crecimiento y el gasto educativo se incrementó, pasando de 4% a 5% del PBI. El año pasado la revista científica británica Nature señaló al año 2008 como el mejor de la Argentina de los últimos 40 en materia de inversión en ciencia (más presupuesto, más becarios, repatriación de investigadores y la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación Productiva). Los científicos argentinos dejan de lavar platos. ¿Alcanza? No, falta mucho.

debe. Entre otras cuestiones pendientes, ahora que la economía se recupera, se hace imprescindible avanzar en una reforma tributaria que le dé más progresividad al sistema y le permita recaudar lo suficiente para financiar una estrategia de desarrollo industrial, posibilitando una inclusión sustentable de la población en el aparato productivo.

También resulta imperioso avanzar sobre la creación de una Agencia Nacional de Comercio de Granos que medie sobre el comercio exterior, una reforma de la Ley de Entidades Financieras, que incluya la generación de una Banca de Desarrollo sobre las instituciones vigentes (Banco Nación, BICE, etc.), una reforma educativa integral, que contemple la doble escolaridad en los niveles iniciales y una orientación productiva en los niveles superiores.

Algunas medidas en este sentido, pero de menor envergadura, han generado una fuerte resistencia, como es el caso de las retenciones móviles. Todo camino hacia un modelo de desarrollo, de país autocentrado, requerirá de la responsabilidad de la dirigencia, dejando a un lado todo tipo de mezquindades y posicionamientos oportunistas.

Gerardo De Santis, Director del Centro de Investigación en Economía Política y Comunicación (CIEPYC - UNLP). Extracto de la editorial de “Entrelíneas de la Política Económica” Nº 23