13 de abril de 2008

Punto de inflexión

Por Horacio Verbitsky

La lectura oficial es que CFK se recibió de presidente. Mantuvo la autonomía institucional pero fue flexible para corregir errores tácticos que le impusieron un desgaste innecesario. Las retenciones son redistributivas y limitan la peligrosa expansión sojera. Esto permite encarar otras producciones de mayor utilidad social, como la leche, que genera empleo y también puede ser un gran negocio: una tonelada de soja se paga 500 dólares, una de leche en polvo, 5.000
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-102377-2008-04-13.html

12 de abril de 2008

La ortodoxia se viste de Keynes

Por Alfredo Zaiat

El aumento de precios de los alimentos, en particular, y del índice de inflación, en general, es el principal problema económico que enfrenta el Gobierno. Por ahora no es una cuestión dramática pero sí preocupante. El principal motivo que alienta esa inquietud se encuentra en la autodestructiva estrategia de manipular el Indice de precios al consumidor del Indec. Esa política de pintar el paisaje según el propio deseo sin incluir las diferentes ondulaciones que ofrecen las colinas, peñascos y cumbres abre la ventana al ingreso del virus del ajuste. La incomprensible, por lo burda, ruptura del indicador de referencia sobre los precios logró que resucitaran los profetas del fracaso, que las consultoras de la city recuperaran protagonismo con un nuevo nicho de negocio en la elaboración de mediocres índices de precios y, fundamentalmente, que regresaran diagnósticos tradicionales y otros confundidos sobre los motores que impulsan el actual proceso inflacionario.

Varios son los argumentos que van moldeando lenta pero persistentemente el sentido común del discurso económico sobre los motivos del alza de precios. La expansión monetaria, el aumento del gasto público por encima de la recaudación, las bajas tasas de interés en términos reales, el tipo de cambio relativamente alto que importa inflación, las presiones salariales y el alza de los costos son los postulados repetidos que se pueden encontrar en la mayoría de los análisis sobre las razones de la inflación. La receta propuesta frente a esos supuestos desequilibrios es el enfriamiento de la economía. Si alguna virtud =uede encontrarse en el actual modelo económico es su apuesta contracorriente a un crecimiento acelerado y vigoroso, como han registrado en su momento países que emergieron de guerras y depresiones que habían arrasado su estructura productiva y social. El reclamo de frenar la economía para abordar el presente problema de la inflación, además de mostrar pereza intelectual para estudiar lo que hoy es un fenómeno complejo a nivel mundial y de ignorar o dinimizar la puja distributiva local y la estructura oligopólica de mercados sensibles, refleja que la ortodoxia sigue gozando de un consenso que no se merece por los resultados desastrosos que ha ofrecido durante varias décadas.

Esos postulados de enfriamiento de la economía implican por el lado del gasto aumentar poco o directamente no subir las jubilaciones como si se trataran de haberes dignos, o disminuir la obra pública en un país cuya infraestructura es todavía deficiente, o bajar los subsidios y, por lo tanto, subir las tarifas. También significa por el lado monetario elevar la tasa de interés aún más de las de usura que hoy cobran los bancos para los préstamos al consumo, y para las hipotecarias o para la industria, haciendo más difícil el ya complicado acceso a esas líneas. Por el frente cambiario, dejar que baje el dólar lo que alentaría las importaciones y dificultarían las exportaciones, con la vulnerabilidad que generaría en las cuentas externas esa dinámica. Otra medida por el costado de los ingresos sería detener la morosa recuperación del salario real de los trabajadores.

Economistas del establishment no tienen pudor de insistir con esas recomendaciones, otros no tan ortodoxos son un poco más prudente, pero ahora han aparecido los denominados keynesianos que aconsejan lo mismo: enfriar la economía, que la presentan con el eufemismo de desacelerar el ritmo de crecimiento. Frente a las controversias, nada mejor que recurrir a la fuente de inspiración de los keynesianos. Axel Kicillof es un joven economista, estudioso de la obra de Keynes, que acaba de publicar el fabuloso libro Fundamentos de la Teoría general. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes (editorial Eudeba), donde explica que muchas de las confusiones sobre las ideas del economista británico se debe a que “la absorción de los aportes de Keynes estuvo principalmente en manos de sus adversarios, es decir, de los economistas pertenecientes a la escuela teórica que él criticaba y pretendía desplazar”. Así el concepto de divulgación más común respecto de la propuesta keynesiana consiste en creer que el papel de la política económica es amortiguar o suavizar el ciclo económico, fomentando el nivel de =ctividad cuando hay recesión y, a la inversa, enfriando la economía a través de políticas recesivas cuando, a su juicio, se encuentra recalentada.

Ante una consulta de este cronista, Kicillof señala que “de esta estirpe son las recomendaciones que ofrecen los presuntos keynesianos cuando, ante el aumento de los precios, diagnostican un exceso de crecimiento del Producto y proponen reducir el consumo, la inversión y (si se los dejara hablar lo suficiente) seguramente también el salario. En general, la medida adecuada según esta óptica es la de restringir el crédito o, lo que es lo mismo, incrementar la tasa de interés. De esta manera pretenden combatir la inflación, pero lo hacen apelando a la medida ortodoxa por excelencia, puramente monetaria, aunque disimulada como si fuera un sabio “manejo” de la demanda keynesiana”.

A Kicillof se le solicitó encontrar en la obra fundamental de Keynes (La teoría General) la refutación a esa vulgar interpretación en espejo de la receta tan habitual entre keynesianos que propone aplicar políticas monetarias expansivas y, sobre todo, fiscales para salir de la recesión, que deduce entonces que es conveniente aplicar las medidas contrarias en el auge. Y Kicillof respondió, con generosidad, que Keynes dedicó varios párrafos en las páginas del capítulo 22 de La teoría, referido al ciclo económico, a una polémica que hoy es tan actual para Argentina. Keynes escribió: “Puede parecer que el análisis precedente está de acuerdo con el punto de vista de quienes sostienen que la sobreinversión es la característica del auge, que el único remedio posible para la siguiente depresión es evadir esta sobreinversión y que, si bien, por las razones dadas antes, ésta no puede impedirse por medio de una baja tasa de interés, sin embargo, el auge puede evitarse por una tasa alta de interés [...].” “Pero inferir estas conclusiones de lo anterior llevaría a una mala interpretación de mi análisis; y a mi modo de ver, supondría un serio error” (página 268).

Kicillof aclara que Keynes habla de sobreinversión pero podría estar hablando igualmente de sobreconsumo porque en la teoría general se supone que hay siempre una relación estable entre inversión y consumo dada por la propensión marginal a consumir y porque la tasa de interés afecta a la inversión y no al consumo.

Sigue Keynes: “Así ¡el remedio para el auge no es una tasa más alta de interés, sino una más baja!, porque ésta puede hacer que perdure el llamado auge. El remedio correcto para el ciclo económico no puede encontrarse en evitar los auges y conservarnos así en semidepresiones permanentes, sino en evitar las depresiones y conservarnos de este modo en un cuasi-auge continuo” (página =69).

Keynes concluye: “Así, un aumento de la tasa de interés como alivio para el estado de cosas derivado de un prolongado período de inversiones anormalmente fuertes, pertenece a esa clase de remedios que curan la enfermedad matando al paciente” (página 270).

El gobierno tiene que arreglar el desastre que hizo en el Indec. A los economistas keynesianos les toca la responsabilidad de eludir los lugares comunes para evitar errores de diagnósticos y, en consecuencia, de recetas para abordar la cuestión de la inflación.

9 de abril de 2008

Monsanto

Una historia oscura

Monsanto es la empresa de agronegocios más grande del mundo, con ventas en 2006 por 4476 millones de dólares, controla el 20 por ciento del mercado de semillas. La empresa, que rechazó hablar con este diario, publicitaba que el Roundup era “biodegradable” y resaltaba el carácter "ambientalmente positivo” del químico. La Fiscalía General de Nueva York reclamó durante cinco años por publicidad engañosa. Recién en 1997, Monsanto eliminó esas palabras en sus envases. Tuvo que pagar 50 mil dólares de multa. “Es la última de una serie de grandes multas y decisiones judiciales contra Monsanto, incluyendo los 108 millones de dólares por responsabilidad en la muerte por leucemia de un empleado texano en 1986; una indemnización de 648 mil dólares por no comunicar a la EPA datos sanitarios requeridos en 1990; una multa de un millón impuesta por el fiscal general del estado de Massachusetts en 1991 por el vertido de 750 mil litros de agua residual ácida; y otra indemnización de 39 millones en Houston (Texas), por depositar productos peligrosos en pozos sin aislamiento”, acusa el investigador. En Argentina, Monsanto cuenta desde 1956 con una fábrica en Zárate (Buenos Aires), donde radica su planta de producción de glifosato, la más importante de América latina. Publicidad corporativa asegura que controla el 95 por ciento del mercado de la soja sembrada en el país y, sobre el Roundup, festeja: “Es líder mundial en su especialidad y ha creado una verdadera revolución en la actividad agropecuaria de cientos de países”.

Sobre las consecuencias en la población del herbicida del monocultivo

¿Soja para hoy, enfermedad para mañana?

El modelo sojero funciona sobre la base de un agrotóxico, el glifosato, denunciado por causar malformaciones a recién nacidos, abortos espontáneos, cáncer y muerte. Varios estudios confirman el daño que produce en humanos. Por Darío Aranda
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/102045-32167-2008-04-08.html

3 de abril de 2008

¿A favor o en contra del lockout?

Por Eduardo Aliverti


El hecho concreto que sacude al país no deja espacio para medias tintas. Se está con o se está contra el lockout del “campo”. Y esto está dicho esencialmente, aunque no sólo, desde dentro del ejercicio periodístico y respecto de la cobertura de lo que sucede. Se escuchan posicionamientos ambiguos, siendo suaves, que terminan armando una ensalada indigerible entre que “lo importante es sentarse a dialogar”, que “las dos partes tienen su cuota de razón”, que “hay que bajar los decibeles”, que “la dirigencia agropecuaria fue desbordada por las bases”, que “es una locura la soberbia gubernamental y las acciones patoteriles de D’Elía y los camioneros”. Esos ensaladeros son básicamente los pusilánimes, los mediocres, los que carecen de formación intelectual o ideológica sólida, los que no saben qué opinar y menos que menos, ni aun por intuición, de qué lado ponerse. Pero no son subjetivamente tramposos. No les da la cabeza, simplemente, o, en el “mejor” de los casos, carecen de poder mediático para decir lo que en verdad piensan o sienten. Hay, en cambio, una fauna periodística con dos nutrientes: una está presa de que su negocio es el denuncismo antikirchnerista a rabiar, porque su target son los sectores culturalmente molestos de las clases medias urbanas; la otra, derecho viejo, está ligada a los intereses ideológicos y comerciales de sus multimedios, que le hacen el coro al “campo” con la amplificación desnuda, vacía, espectacularista, del tilingaje cacerolero y de las lágrimas de cocodrilo de gente que se cree la dueña del país. Una parte entre significativa y sustancial de la facturación de los grandes medios proviene de los emporios agropecuarios, de modo que a otro perro con el hueso de la independencia periodística en el tratamiento del lockout del “campo”. No mientan más. Basta de disfrazarse. El hecho concreto es que este paro salvaje generó un desabastecimiento cuyas víctimas, por vía inflacionaria, son los sectores más desprotegidos de la población. El hecho concreto es que los mismísimos protagonistas del paro reconocen que lo que está en juego no es perder plata, sino dejar de ganar alguna. El hecho concreto es que salieron a disputar el espacio público en defensa de sus intereses, a costa de joderle la vida a la mayoría de la sociedad porque esto no es un corte de calles en el centro porteño que perjudica la llegada puntual al trabajo. ¿Están a favor o en contra del hecho concreto? Díganlo de frente. Todo lo demás es anecdótico mientras no haya esa toma de posición definida frente a un episodio de esta magnitud.

El segundo aspecto, paradójicamente, es que todo eso que se transforma en anécdota por obra de idiotas útiles y cómplices viene a ser nada menos que el núcleo de lo que debería discutirse. En el turno gubernamental, la situación deja claro que (como en la gran mayoría de las áreas estratégicas) en el desarrollo agrícola-ganadero se carece de un proyecto de mediano y largo plazo que no sea explotar de soja, continuar aprovechando la demanda internacional de materias primas, recaudar con las retenciones y sentarse a tomar mate viendo cómo crecen las reservas del Banco Central. Por fuera de eso –y no solo como responsabilidad del Gobierno, que la tiene en primer grado, sino del conjunto de los actores sociales– no hay debate ni señalamientos alternativos que le importen mayormente a nadie. Quiénes son los principales beneficiarios de esta danza de agronegocios; qué será de la tierra con este esquema de virtual monocultivo, con crecientes riesgos de contaminación de todo tipo; cómo es posible que el 85 por ciento de la producción, en un territorio de cadena agraria, sea llevado por el más caro de todos los medios de transporte, que es el camión, mientras la recomposición de la red ferroviaria destaca como su estrella el montaje de un tren bala; cómo se explica que en este granero del mundo que puede darle de comer a 300 millones de personas haya un tercio de la población pobre e indigente; con qué se traga que más del 90 por ciento de los agentes del campo sean productores pequeños y medianos, y trabajadores rurales, pero casi la totalidad de la superficie en cultivo esté en manos de un puñado de terratenientes... El Gobierno viene eludiendo ese debate, al igual que los grandes medios de comunicación aliados a los fiesteros agroexportadores. Y un buen día, oh sorpresa, resulta que los fiesteros quieren más todavía y paran el país –no hacia dentro de sus cotos, donde siguen cosechando– ayudados por la bronca de los más débiles de la cadena, que les sirven de mano de obra piquetera. El contexto de muñeca política, nula o escasa, que tuvo el oficialismo para manejar el escenario es de segundo, tercer o último orden. El tono soberbio de Cristina, D’Elía corriendo de la plaza a los que de todas maneras se iban a ir apenas llovieran dos gotas, el uso de las huestes de Moyano como fuerza de choque, estructuralmente son pelotudeces. El partido no se juega ahí más que como sección secundaria. Se juega en cómo se reparte la torta y para qué.

Sin embargo, que el Gobierno se apropie de una parte de las rentas descomunales del “campo” no puede ser puesto en duda como derecho del Estado, en tanto lo estatal es concebido como regulador de los desequilibrios sociales. Es atrozmente cínico sostener que uno se deja meter la mano en el bolsillo por el fisco sólo si ve que eso es devuelto en el mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad. ¿Desde cuándo les importa a estos tipos que las rentas del Estado vuelvan al pueblo en salud, educación, vivienda, servicios públicos? La discusión primaria no puede basarse en si es justificable la atribución del Estado para tomar porciones de lo que produce la economía. Para qué se usa esa retención es un debate que viene después, y que los fiesteros pretenden poner antes. Propiciadores, mandantes y socios de cada dictadura que asoló al país, la única novedad de esta oligarquía, a la que hoy quedaron pegados sectores dirigentes del agro con propuestas históricamente progresistas, es que el gran capitalista agrario tradicional cedió terreno frente a un conjunto limitadísimo de transnacionales y grupos locales, introductores de la valorización financiera de la tierra a través de sus fondos de inversión. Concentración extranjerizada, pero en el fondo semántico, como categoría política, los mismos intereses de la derecha oligárquica de toda la vida.

¿A favor o en contra de su lockout? Para empezar a entenderse desde un lugar tan concreto como la medida que lanzaron. El resto lo discutimos después.